El gran relato de la vida

Hace algunos años alguien tuvo por encargo contarle a tus padres el Gran Relato de la Vida. A ellos se lo contaron tus abuelos. A estos, tus bisabuelos, y ellos a tus tatarabuelos… Bueno, esto parece que viene entregándose más o menos, desde el siglo III d.C. Desde ese entonces viene de generación en generación, con algunas actualizaciones, hasta estos días. Tus padres cumplieron y te lo contaron a ti.

Todos los de tu árbol genealógico, digo, posiblemente muchos, crecieron escuchando, estudiando y repitiendo el mismo relato. Tú, por supuesto, posiblemente fuiste víctima del mismo cuento, y si tienes hijos, estos seguramente sean tus víctimas ahora mismo, tuyas o de sus educadores, sacerdotes, amigos, es decir, de la cultura en la que estamos inmersos.

El gran relato de la vida es definitivo, y si por alguna misteriosa razón te asalta alguna duda, ahí tienes la “fe”, una píldora de seguridad que viene recetada por el Gran Relato de la Vida: aferrarte a ella, te dará la seguridad, la confianza en algo, en este caso, en un Dios con mayúscula, en una deidad cuya palabra es incuestionable, una doctrina inspirada por ese ser superior, escrita y repetida a través de sus siervos hasta la saciedad.

La fe que trae este relato elimina la necesidad de tener evidencias que avalen la verdad de su existencia (!), la de los dioses, y frena de paso la necesidad de buscar en lo tangible, la evolución, por ejemplo, de entender la vida como la evolución producto del big bang como principio de la materia, espacio y tiempo. Total, es más fácil buscar en un relato resumido en un poco más de 2 mil años, un instante en el tiempo, que en más de 13.800 millones de años. Es más fácil creer en un cuento que te da un mapa con una ruta indeleble “para salvarte”, que tomar una brújula y trazar tu propio camino.

Más fácil hacer un relato que arranca con un hombre hecho de barro a imagen y semejanza de un Dios todopoderoso, y con una mujer que salió de la costilla de ese hombre. Aquí clarísimo que el huevo ni la gallina. No no no, primero el hombre. Nos metemos en un tema complejo donde queda la mujer en segundo plano sin cabida a discusión. ¡No quiero ese dealer! En todos los cuentos exitosos siempre hay villanos, así que venga, "poned ahí una serpiente”, la villana que llega a sembrar la discordia, para dar así origen al Gran Relato de la Vida, la villana que entraría por "el eslabón más débil", la mujer, claro, otra vez el patriarcado haciendo de las suyas. Y como toda buena temporada, llega una nueva y el relato se actualiza en un nuevo libro con una pareja de esposos que engendran a través de su espíritu a su propio hijo para salvarnos del infierno, ese tiene su propio episodio. Si lo ves bien, no puede ser más absurdo, pero ha funcionado durante años y hay mil y una forma de manejar las objeciones que van surgiendo al punto que todos los años, domingo a domingo vas voluntariamente a que te repitan la serie. Y bueno, ni qué decir de la religión como institución. La Iglesia, cualquiera que esta sea, tiene sus propios relatos adaptados a su contexto "geocultural".

Obviamente tus antepasados, ni los míos, no fueron arrojados a la vida sin armas poderosas que le dieran sentido al Gran Relato de la Vida a través de ritos, parábolas, cientos de pequeños relatos "sagrados" que ayudarán en la misión de tenernos cautivos como buen extra de reparto, pero con la gran promesa de una vida eterna: conseguiremos el papel principal. ¿Por qué dudar de una historia tan bien inoculada, una historia breve sucedida en unos pocos siglos si la otra orilla te llevaría a pensar en millones de años de evolución? S
i piensas en ello, sabrás inequívocamente, que a la vuelta de unos pocos años, siglos si tenemos suerte, no habrá nada sobre la faz de la tierra, nos estamos encargando de eso, pero claro, ¿qué importa? Olvidaba la pastilla que nos llevará al paraíso, a otro nivel de la existencia: la fe.

El Gran Relato de la Vida no deja de ser un relato aburrido y circular, sin cabida a la evolución, mucho menos a la discusión.

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