Lo confieso. Me gustan las ciudades

Esquina en la Plaza de Caicedo.
Archivo Manía Urbana.
El nombre de este blog evidencia lo mucho que me gustan las dinámicas urbanas. Los ires y venires de las grandes ciudades y sus calles repletas de afanes. También me gustan  -los he vivido y visto pasar-  los tiempos lentos, caprichosos y apacibles de las pequeñas urbes. Por fáciles que nos parezcan a los que nos creemos citadinos por el sólo hecho de haber nacido en una gran ciudad, también tienen sus muchas complejidades. 

Vista aérea del norte de Quito.
Archivo Manía Urbana
Lo confieso. Me gustan las ciudades. Y entre más movidas mejor. Bogotá, me encanta el Oma de la Zona T y el Juan Valdez de la Novena con 73 en la esquina del Marriot, la Séptima en toda su extensión, la Quince, Usaquén, Chapinero, el Museo Nacional, la Universidad del Rosario, La Candelaria, Andrés Carne de Res (Chía); Quito: el parque La Carolina y El Ejido, su Centro Histórico, los restaurantes y bares fabulosos de La Mariscal y las mesas al aire libre de la Avenida Amazonas donde destaca el tamaño de sus enormes botellas de cerveza Pilsener; Guayaquil con su Malecón 2000, el Centro Comercial del Sol y esa avenida de la que se me escapa el nombre y que al recorrerla uno siempre dice "se parece Miami" (provinciano que es uno siempre sacándole parecidos a las ciudades que visita, incluso con otras que ha visto en el cine, la televisión o en las fotos que los amigos viajeros suben a su cuenta de facebook), y ese barrio al que Pintuco  -la empresa colombiana, sí-  hace unos años le cambió la cara a punta de color y que sigue siendo el mismo barrio marginal de Guayaquil, pero más pintoresco; Baños, una pequeña pero muy turística población ecuatoriana cuyo encanto  va más allá del amenazante e imponente volván Tunguragua que parece una pared construida al pie del pueblo y de sus termales. Su gran atractivo, digo yo que me fijo más en las prácticas urbanas, está en dos o tres cuadras llenas de bares y restaurantes donde se habla y ríe en múltiples idiomas y en los locales que en Baños ofrecen deportes de aventura.

Volviendo a Colombia, no puedo dejar a un lado a Cartagena de Indias, donde hay -por lo menos- tres placeres (aparte de los carnales tan de moda por estos días "post Dania" y que no se pueden mencionar mucho porque aún hay quienes creen que la prostitución es algo que nos trajeron los gringos). La brisa del mar (que no tanto el mar por la mamera que dan los vendedores y masajistas ambulantes y por el mar en sí que en la Heróica no tiene mayor atractivo que digamos), la movida nocturna de la ciudad histórica y las caminatas por la muralla al caer la tarde

Mi natal Medellín es extraña y llena de contrastes fuertes. A lo largo del único Metro que hay en Colombia se ven las infranqueables barreras económicas erigidas en tugurios y a los areneros del río Medellín sacando de él, con el líquido, al que no sé por qué seguimos llamando agua, hasta el pecho, sacando arena en canoas para construir la ciudad que se arma con bigas de concreto y hormigón; la sacan ellos del fondo del río ausente de vida y que, según dicen se está salvando y nadarán en él peces multicolores, la sacan ellos que viven en tugurios de cartón y madera que uno ve al paso del Metro. ¡Tan bueno el Metro Tola! Hay un pueblo en Antioquia al que alguna vez fui en tren desde Medellín, Caracolí, raro pueblo que en vez de calle principal tiene carrilera central y cuya iglesia (verla en este sitio) tiene la arquitectura que podría pertenecer más a un pueblo norteamericano que un municipio del Magdalena Medio, lo que contrasta con esa población.

Catedral Metropolitana
Imagen de Wikipedia.org
Cuando voy a Medellín -que no es mucho-, siento sus aires de historia, donde en el Café Versalles, en el Pasaje Junín, a sólo media cuadra del Parque Bolivar, se dieron cita -no pocas veces según cuentan los cronistas- personajes como Jorge Luis Borges, León de Greiff, una joven Marta Traba y un siempre mordaz y frontero Fernando Vallejo; comí sus famosos chocolates del Astor y vi ancianas mirando tras las cortinas y charlando en los atrios de la Catedral Metropolitana que ostenta, dicen, el record de ser la iglesia más grande del mundo hecha en adobe, como le decimos a ese ladrillo de barro artesanal secado al sol y que posiblemente no sea o tal vez sí, la más grande pero que vivan los mitos urbano que para eso son. Siempre me llamó la atención el Museo de Arte Moderno de Medellín -MAMM- por su ubicación, construido en una unidad residencial muy particular, la Carlos E. Restrepo, donde también está la Biblioteca Piloto de Medellín, bien que una unidad residencial abierta como lo es esa, se integre a proyectos culturales. El parque Bolivar tiene -aparte de otras nuevas- las mismas dinámicas de cualquier parque de pueblo, los jubilados, ventas ambulantes, lustrabotas y carros de comidas rápidas, algo que pasa también en los parques de Bogotá y, diría yo, en parques de muchas partes del mundo, también en Europa hay pueblos y pueblerinos en todas las ciudades del mundo. Es que las urbes son eso, conversaciones en atrios de iglesias donde los ecos, con el paso de los tiempos, cada vez son más fuertes (el eco se vale de lugares vacíos) son chismes, ropas colgadas en las ventanas y casa de colores chillones, como en los pueblos. Claro, son eso y sistemas masivos de transporte, edificios impresionantes, obras arquitectónicas maravillosas y también algunas de ellas verdaderos esperpentos.

Pasto no tiene Parque Bolivar, pero es toda una sorpresa. Allá pasé algunos de mis mejores años, los de la adolescencia. Nada como los paseos a coger ranas con mis compañeros y luego venderlas para las disecciones de la clase de biología y para metérselas a las compañeras en los maletines. Allá, aparte de conseguir un puñado de muy buenos amigos, aprendí a tomar aguardiente Galeras, empecé a vivir sólo a los quince años, me enamoré por primera vez y fundé en el Colegio Champagnat de los Hermanos Maristas, la Corporación Estudiantil de Ahorradores, COESDA, con el apoyo de mis compañeros y creo que de algunos profesores del Colegio y del Rector, que nos alentaban a seguir con la iniciativa. El cooperativismo es muy interesante. A los profesores les prestábamos dinero con fiel periodicidad, financiábamos las fiestas patronales que organizaban cada año los estudiantes de último año y, al graduarnos, le pagamos a todos los socios los derechos de grado y repartimos el dinero que quedó entre todos, el que les correspondía por sus ahorros más las utilidades a partes iguales. El cooperativismo debería ser una clase en los colegios y escuelas. ¡Qué no me lean los políticos de la Patria que me mandan a matar por atreverme a sugerir cosas para que los pobres aprendan a unir fuerzas y hacer dinero! Ni más faltaba que empezaran a llevarse un trozo de su torta.

Teatro Municipal (izq.) Centro Cultura de Cali (der).
Archivo Manía Urbana.
Cali, la Sultana del Valle, Sucursal del Cielo y capital Mundial de la Salsa. Como Medellín y Bogotá, esta la Ciudad Solar se debate entre lo moderno y privilegiado de algunos sectores y lo muy marginal de otros. Pero en Cali el desorden administrativo no tiene proporción. La buena política, dos palabras casi irreconciliables, no abandonó a esta ciudad dolida hace muchos años. Una ciudad más grande habita a Cali en el Distrito de Aguablanca. La ciudad tiene, entre otros, sectores hermosos como la Iglesia La Merced, el Teatro Municipal y la Colina de San Antonio donde está por ejemplo el Café Macondo y algunos restaurantes interesantes.

Centro Administrativo Municipal CAM.
Archivo Manía Urbana.
Las Tres Cruces es una insignia insignificante de la ciudad porque no hace parte de ningún proyecto llevado a cabo que valga la pena, son eso, Tres Tristes Cruces que a pesar de no tener más mérito como tales, le sirven a muchos para hacer ejercicio, su vista sobre la ciudad es bellísima y debería tener más árboles, ser un parque lleno de senderos ecológicos y esculturas. Siempre he soñado con unas Tres Cruces con un gimnasio gratuito, bien montado, allá arriba como premio a los que suben; un centro de juegos infantiles, miradores, cafés y restaurantes. Una biblioteca digital y un centro de enseñanza de prácticas urbanas verdes, el vivero de los árboles de la ciudad genarador de microclimas y hasta un observatorio, ¿por qué no? ¿Cuántas alcaldías necesitará la ciudad para que en Cali haya más centros educativos sólidos, sostenibles y ecológicos? ¿Cuánto para que haya más educación y actividades culturales, deportivas y lúdicas que alejen a nuestros niños y jóvenes de la delincuencia. ¿Así no es como se construye la paz?

Centro Histórico de Cali,
Archivo Manía Urbana.
La brisa de la tarde en Cali es uno de sus grandes atractivos, el Plaza de Caicedo con sus magníficas palmas y el magnífico Edificio Otero. Su sistema de transporte masivo es bueno aunque sus usuarios un poco desordenados, pero es que Metrocali, la empresa que lo opera, no ejerce liderazgo en temas de educación urbana, se limita a repetir hasta el cansancio "recargue con anterioridad su tarjeta y ceda el puesto" y nada más. Desperdician la capacidad de transformar la ciudad despertando sentimientos cívicos y de orgullo colectivos en sus estaciones y buses. Lastimosamente en Cali, hace muchos años tampoco hay liderazgo político, por lo menos no para cosas buenas. Me gusta el Cali de Zaperoco, Tin tin deo y Delirio. Me gusta Chipichape y el chontaduro, la lulada y los aborrajados, el Parque de La Flora, el del Ingenio. Me encanta el Centro Cultural de Cali, bella arquitectura. Pero también tiene "arquitortura, de esa que cuando uno pasa por ahí le da pena ajena.

Me gusta el sabor que le dejan a las ciudades aquellos que no nacieron en ellas. No me gustan los títulos de pertenencia que reclaman los nacidos en un lugar y la indignación pasiva de los que siempre las miramos desde una óptica criticona. ¡Qué aburridoras serían la ciudades ya terminadas! Le doy vueltas a mil y una maneras de organizarnos mejor en los espacios que la ciudad ofrece, arreglo la ciudad en cada tweet y a veces, cuando la atravieso, si no pienso en trabajo, observo los comportamientos diversos de la gente urbana. Una manía.

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